En el transcurso de nuestra vida establecemos una infinidad de relaciones: interpersonales, laborales, familiares, de pareja, filiales. Algunas de ellas son pasajeras, se mantienen por un periodo determinado y posteriormente desaparecen cuando cumplen su ciclo. Sin embargo, otras se mantienen a lo largo del tiempo y se fortalecen con cada encuentro, acuerdo, diferencia, negociación y compromiso.
Como seres humanos con capacidad de autoagencia, podemos reconocer cuándo una relación nos aporta, cuándo se puede trabajar por mejorar ese vínculo y cuándo debemos tomar la decisión de desvincularnos de forma definitiva porque limita nuestro crecimiento personal.
La decisión de desvincularnos puede ser más sencilla cuando se trata de relaciones con otras personas. Sin embargo, cuando nos referimos a la relación que establecemos con nosotros/as mismos/as, esa desconexión puede llevarnos a lugares que atenten contra nuestra seguridad e integridad física, mental y emocional. Por lo tanto, es un vínculo que no debemos abandonar.
Lo mismo sucede con nuestra relación con el dinero, incluso si decidimos mantener una vida austera sin grandes “complicaciones financieras”. Todos los días tomamos decisiones financieras, requerimos satisfacer nuestras necesidades básicas y llevar a cabo proyectos personales. Definimos metas y objetivos de acuerdo con la etapa vital en la que nos encontramos y definimos prioridades que se ajusten a nuestras condiciones.
Entonces, ¡sí tenemos una relación con el dinero! Y no nos podemos liberar de ella tan fácilmente. Implica el mismo nivel de trabajo, negociación y compromiso que las demás, para que las decisiones que tomemos sean las más adecuadas para nuestro propio bienestar. Ignorarla o negarla puede ser el principio de una historia sin fin, en la que nosotros, como protagonistas, estamos destinados/as a cometer los mismos errores una y otra vez.
Curiosamente, a pesar de que nuestra relación con el dinero es a largo plazo (nos acompaña en cada etapa de la vida), es una de las que abandonamos con mayor frecuencia. Nos cuesta planificar, compramos de forma impulsiva, preferimos atender nuestra satisfacción inmediata antes que pensar en un ahorro o una inversión para el futuro. Prever situaciones de emergencia o la necesidad de un seguro pocas veces son una prioridad.
Es comprensible que vivamos constantemente en la contradicción que implica pensar en el futuro y vivir el presente, sobre todo cuando nuestra educación en torno al dinero ha sido escasa. Revisar los patrones de comportamiento, temores, inseguridades, fortalezas, dudas y contradicciones que forman parte de esa relación es una tarea básica para llegar a un nivel de consciencia que nos permita superar el autoabandono, el desconocimiento y la desorganización de nuestras propias finanzas.
Por eso, es fundamental reconocer que, de la misma manera en que nos empeñamos por construir relaciones sanas con otras personas y con nosotros/as mismos/as, debemos trabajar por relacionarnos de manera equilibrada con el dinero, para que este, lejos de convertirse en un obstáculo, sea una herramienta más en nuestro camino hacia el bienestar integral.
¿Cómo ha sido tu relación con el dinero a lo largo del tiempo?
Te leemos en los comentarios.